martes, 16 de febrero de 2010

La rosa negra

Sentía el riesgo, pero no podía evitarlo.
Era superior a ella, aunque tenía un miedo terrible, aquella adrenalina la impulsaba como un resorte hacia su fatal destino. Quizá hubiera sido menos temerario haber permanecido tras la puerta mientras todo estaba sucediendo en la habitación contigua, pero ella no pudo contenerse.

En un arrebato de locura, abrio la puerta y se deslizó por el pasillo. Andaba a cuatro patas agazapada, porque sabía que ese era el momento de enfrentarse a ello. Si no era capaz entonces, jamás le podría vencer. Ella sabía que todo comportaba un riesgo, pero también estaba segura que era ahora o nunca. Luchar o morir en el intento, ganar o perder. Había tomado la decisión e iba a por todas.

Mientras se arrastraba por el suelo, sin hacer más ruido que el sinuoso ruido de su ropa contra la alfombra raída, no podía dejar de pensar en aquella rosa negra sangrante.


Esa flor era el motivo que decoraba todos sus momentos de mayores dudas. Era la que le impulsaba a salir corriendo y sin mirar atrás. Ella nunca fue consciente de lo que significaba esa huida. Nunca lo fue pero tampoco le importó.

Sin embargo ahora tenía que superarlo. Había sufrido en sus propias carnes el miedo, y el asedio de aquel ser tan arrogante, tan agobiante. Le había atrapado pero ella ya no sentía miedo y sabía que debía enfrentarse a el. Así que se levantó, y se dirigió hacia la puerta de donde venían los ruidos. Extendió su mano. Directa al picaporte, lo puso entre sus dedos y ardía pero no lo soltó y la puerta cedió.

Adios pasado, hola presente, bienvenido futuro.

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